sábado, 6 de septiembre de 2025

La Dama de las Bebidas espirituosas, El Tequila




Las bebidas espirituosas no son simples líquidos destilados. Son códigos sociales, rituales de identidad, embajadores líquidos de las culturas que las concibieron. Cada pueblo destila su alma en una botella. Los escoceses pusieron en el whisky la paciencia de siglos, aguardando en barricas hasta que el tiempo revelara sus secretos. Los rusos concentraron en el vodka la dureza de su invierno eterno, tan transparente como sus hielos. Los franceses elevaron al cognac la elegancia de sus viñedos, refinada hasta en la copa que lo contiene.

Pero ninguna bebida cuenta la historia de su pueblo como lo hace El tequila.

El tequila guarda en su interior la paciencia del agave que tarda ocho años en madurar, la sabiduría indígena que descubrió el proceso alquímico perfecto, el fuego volcánico de Jalisco que transforma la planta en néctar y la tradición familiar que transmite, generación tras generación, secretos que sobreviven en cada destilación.

En entrevistas a diplomáticos en capitales lejanas, nunca faltaba en mi maleta una botella de tequila como regalo estratégico. Sabía que en algún momento surgiría la pregunta inevitable: “¿Podríamos probarlo?”. Y entonces todo cambiaba. El tequila abría puertas que ninguna credencial de prensa lograba abrir. He visto generales endurecidos llorar con “La Llorona” tras tres caballitos. He visto ministros de economía bailar “Jarabe Tapatío” en embajadas internacionales.

En el extranjero pocas cosas son tan bien vistas como un mexicano compartiendo una botella de tequila.

Porque el tequila no solo embriaga: 
emociona, desarma, humaniza.

En entrevistas trascendentes, el instante decisivo jamás llegó con las preguntas preparadas, sino cuando servía tequila y el entrevistado dejaba de ser funcionario para volverse persona. El protocolo se relajaba y la conversación tocaba el corazón. El tequila es honestidad líquida: no permite fingir. O lo respetas o te humilla. No existe término medio.

En Guadalajara, se tiene el privilegio extraordinario de tenerlo en casa. No se necesita importarlo de tierras lejanas ni pagar fortunas por botellas de colección. No hace falta viajar miles de kilómetros para probarlo en su origen. Aquí nace, aquí madura, aquí se perfecciona. Aquí se vive.

Cuando losvisitantes internacionales llegan a las destilerías de Tequila, se descubren en sus ojos la misma revelación que me atravesó la primera vez. Ven el agave crecer en su tierra natal, prueban el destilado donde debe probarse y entienden que no están bebiendo una marca comercial: están bebiendo la identidad líquida de un pueblo entero.

Las bebidas espirituosas son mapas emocionales que conducen a las culturas que las engendraron. El whisky te transporta a los highlands escoceses. El sake te lleva a los templos de Kioto. El cognac te seduce hacia los viñedos franceses.

El tequila, en cambio, te trae a casa. A México profundo. A Jalisco eterno. A La Gran Guadalajara que abraza. Se celebra el privilegio descomunal de vivir en el lugar donde nace la bebida más emotiva del planeta, donde cada sorbo conecta con la tierra volcánica que pisamos a diario.

Solo necesita ser vivida. Copa en mano, corazón abierto, alma dispuesta. Porque tener el tequila en casa no es casualidad geográfica.

Es destino. Es identidad. Es cultura hecha eternidad.



Naturella

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